TORNAVOZ

Boletín sobre las Artes Escénicas
Boletín Nº 9 – MAYO 2023- AÑO III

Manuel Monteagudo: “El Teatro es un espacio sagrado“

Javier Ossorio (TORNAVOZ) – Si no recuerdo mal, creo que fue en el año 1981 cuando nos conocimos y compartimos formación en el desaparecido Instituto del Teatro. Terminaste en el ’84 y de ahí pasaste por Esperpento, Los Ulen,  El CAT, Manhattan Producciones, La Fundición, Teatro Clásico de Sevilla, Producciones Circulares, Vania Producciones… Esta amplia trayectoria me lleva a pensar que eres un actor muy dúctil y polivalente, que se acopla con facilidad a trabajar con distintos modelos de compañía.

Manuel Monteagudo.- La verdad es que siempre he estado abierto a adaptarme a diferentes lenguajes. Nunca me ha gustado estancarme en una sola forma. Mi inquietud artística me pide variar de género. Esta curiosidad por probar distintas maneras de entender el teatro me hace sentir que crezco como actor. Aunque es cierto que puedo brillar más en la comedia, también he hecho drama, teatro clásico… me gusta mucho variar de registro.

JO.- Creo que en tus casi cuarenta años de profesión, que no es poco, eres de los pocos actores que ha mantenido una actividad constante, desarrollando tu carrera sin tener que pegar el salto a Madrid. ¿Puede ser el buen resultado artístico de tus personajes, lo que te ha servido como garante para que no dejen de llamarte directores y productores?

MM.- Siempre he volcado mis energías en el teatro más que en el audivisual, aunque también he hecho trabajos interesantes en ese medio. Soy un actor de vocación absoluta. Por un lado está el posible talento, a eso hay que sumarle la capacidad de trabajo, el comprometerte con los proyectos, la formalidad a la hora del trabajo, el mantener buenos vinculos positivos con los compañeros… La verdad es que salvo un par de incursiones a Madrid, nunca me ha faltado faena y esto ya es todo un éxito. Lamentablemente no es la misma situación para el resto de compañeros. Quizás yo sea un rara avis de la escena andaluza.

 JO.- Como bien dices, casi toda tu carrera es como actor de teatro. No sueles dar muchos cursos y tampoco te has dedicado a la dirección escénica de forma habitual.

MM.- La verdad es que disfruto mucho más como actor que como director. Dirigir conlleva una responsabilidad importante. Es una presión muy grande a la que hay  que someterse,  tú la conoces como director que eres; y cuando lo he hecho ha sido porque tenía una idea muy clara y concreta de lo que quería contar. Lo que sí he participado en mis proyectos es como dramaturgo colaborador,  como hice en ‘Así que pasen cinco años’, donde desarrollamos el espectáculo a partir de mi propuesta concreta. A veces los directores que también somos actores tenemos una cierta tendencia a querer dirigirlo todo, y es necesario en determinado momento del proceso dejar que el actor vuele por sí mismo, que crezca y aporte desde su roll.

 JO.- Cuando te llaman para un nuevo proyecto, ¿cómo te enfrentas a ello, tienes un código previo…  un sistema fijo…? Entiendo que lo primero es entenderse con el director, y sabemos que hay directores… y directores.

MM.- Depende. Con los años yo creo que todos los actores tiramos de nuestro baúl de recursos. Vas repitiendo cosas que sabes que te funcionan y pruebas otras nuevas. Ya tienes un bagaje, un estilo, una forma de hacer que incorporas al nuevo proyecto. Yo con los directores nunca he tenido problemas, sea por intuición o por oficio. Nunca he entrado en “conflictos“, creo que esta profesión es para disfrutarla y no creo necesario llegar al resultado artístico mediante el sufrimiento. El gran Alfonso Zurro siempre lo dice antes de una función a los actores: «¡Venga, a divertirse!», y yo comparto plenamente esa visión del teatro.

JO.- Es evidente que en tu forma de trabajar, al mostrar los personajes en escena,  hay un matiz que no se reconoce en los actores más jóvenes. Se detecta un sedimento en tu estilo que refleja otra manera de entender el teatro. Quizás me retrotrae a tiempos de furgoneta, al teatro independiente. No digo que los actores más jovenes encaren los trabajos con frivolidad, no es eso, pero sí detecto una cierta ligereza y falta de peso que les resta contundencia en el escenario.¿Quizás falta rigor a la hora de iniciar los trabajos?

MM.- Cuando nosotros empezamos, nuestros referentes más cercanos a nivel teatral eran el teatro independiente, los festivales de España y las emisiones de Estudio 1 en TVE. No existían las series de televisión, ni las plataformas, ni las redes… Había una entrega muy pura a la vocación, como si fuera un sacerdocio. Teníamos un vínculo con el teatro como si el escenario fuera un lugar sagrado. Creo que hay gente joven haciendo trabajos con mucha calidad, quizás los que somos más viejunos debemos estar abiertos y atentos a lo que se está creando porque también aprendemos de estas nuevas propuestas.

Por otro lado, es cierto que los que pasamos por el Instituto del Teatro o por la ESAD, en esa época, teníamos una vocación sin límites. Todo era montar, desmontar, kilómetros de furgoneta… no había horas límite. De pronto surgieron las series y mucha gente descubrió que alguien se va a Madrid,  sale en una serie y se hace conocido, o famosete. Puede que los actores estén ahora más pendientes de saber cuántos seguidores tienen porque eso les puede generar trabajo. Evidentemente, las formas y las prioridades han cambiado. Yo sigo trabajado de una forma artesanal, creando poco a poco, como un charolista que da una y mil capas hasta terminar de lacar un mueble. Es mi sistema, mi forma; y me hace sentir seguro cuando llego a un estreno. En el escenario estoy muy cómodo, es mi casa. En el audiovisual, me siento como un invitado en un hogar ajeno al que va a pasar unas horas.

JO.-Y tras esa fructífera carrera de casi 40 años, veremos ‘Tal Viginia’ próximamente en La Fundición. Lo de este espectáculo desborda todo lo conocido en Andalucía, ¡27 años en cartel! Por partir de los orígenes, ¿cómo abordaste la construcción de este personaje?

MM.- -La verdad es que lo pienso y no me lo creo. Creo que es otro el que lo ha hecho. ¡Veintisiete años, qué barbaridad! El inicio de ‘Taí Viginia’ partió de una escena de cinco minutos. Me inspiré en una señora de San Jerónimo, mi barrio. También tiene ramalazos de una tía mía.  Tres años más tarde me junté con Guillermo Rodríguez y creamos el espectáculo que hoy vemos, y que ha variado muy poco en estos 27 años. El que sí ha cambiado en este tiempo he sido yo.

JO.- ‘Taí Viginia’ nos habla de amor y humor, de la soledad, de la demencia, de hacernos mayores…

MM.- Curiosamente, durante los ensayos yo no era consciente de lo que estaba haciendo. Manolo, el director, me decía: “Manuel, no intentes manipular al personaje, deja que sea él el que te lleve“. Ahí se movieron en mí resortes mágicos, es como si el personaje surgiera de mí como un alien.  Yo cual titiritero quería manipular los hilos del personaje, pero no era posible, el personaje era más fuerte que yo. Creo que de alguna manera se reflejaban mis temores al alzheimer incipiente de mi madre, y a cómo me afectaba en mi vida diaria.

JO.- Para crear a Virginia te basaste en una serie de mujeres mayores que estaban afectadas en mayor o menor grado por la demencia, ¿fuiste consciente de la repercusión que podría tener en el público?

MM.-  Durante la creación del montaje no lo vimos y además no era la pretensión. Yo pensaba crear una comedia que tratara el tema con cierta frescura, sin entrar en lo hondo. Fue con posterioridad al estreno y ya una vez con el espectáculo en distribución, cuando me di cuenta de cómo el personaje le tocaba al espectador. Esta mezcla de comedia negra, dolor, humor hace que el público se identifique y lo sienta como algo muy cercano. A mí me gusta mucho romper los géneros. Creo que la comedia hay que jugarla con un gran punto de seriedad, y a la tragedia le tienes que meter de vez en cuando rompimientos que relajen al espectador, tiene que haber «huecos de luz» que te permitan más adelante volver a tensar la cuerda. Con ‘Taí Virginia’ el espectador se conmueve con el personaje. Ese es el poder del teatro, sobre todo cuando se consigue que te creas la ficción y te emociones con lo que te presentan en escena.

JO.- ¿Y cómo ha soportado ‘Taí Viginia’ el paso del tiempo tras estos 27 años en las tablas?

MM.-  El resultado que hoy vemos es una conjunción bien equilibrada de momentos cómicos con otros algo más trágicos. El personaje me ha hecho crecer a lo largo de estos años y yo se lo he devuelto haciendo crecer el espectáculo. Piensa que lo monté con 33 años y ahora tengo 60. Este camino, esta trayectoria, se manifiesta en el escenario. Es evidente que yo he aprendido en estos años, y estas enseñanzas arropan mucho más la idea primigenia. Yo entiendo esta profesión como un aprendizaje constante, y esto hace que el proyecto siga vivo e interese a pesar del tiempo transcurrido.

JO.-  Pues nos quedamos con el deseo de ver a la entrañable y sabia abuela de ‘Taí Viginia’ en La Fundición. Gracias Manolo por este hermoso trabajo, que, sin pretenderlo, se ha convertido en un homenaje del mundo del teatro a nuestras mayores.