Del teatro necesario, del teatro feliz para la escuela
Hubo un tiempo en que los colegios disponían de un verdadero teatro. No uno de esos “Salones de usos múltiples” (SUM, en otro decir: SUMOS disparates de la arquitectura polivalente), que sirven para todo, en teoría. En la práctica solo son espacios diáfanos con condiciones acústicas cero, con luminosidad siempre la misma, que sirven lo mismo para las primeras comuniones que para las reuniones de las asociaciones de padres, que para… cualquier cosa en que no importe la algarabía, o mejor dicho, cuanta más algarabía mejor. Cualquier cosa, menos el teatro.
Para el teatro solo sirven los teatros
Claro que también hace falta que el teatro se conciba como algo más que un fin de fiesta, un fin de trimestre, un fin de curso. El teatro debería ser una actividad permanente en los programas de estudio (vulgo currículo), pues nada hay comparable a la alegría de ver crecer una función desde la raíz: preparar las voces, ensayar los gestos, buscar la música, expresar con el cuerpo, con las luces, con el vestuario, con la escenografía, habituarse al escenario, danzar, cantar… Todo un lujo, un lujo de la pedagogía verdadera, la de la fe en la gente, en los niños y en su gusto por la comunicación, por el intercambio, por la superación de las inhibiciones, de los miedos.
Claro que para miedos el que le tienen las instituciones al teatro. Un miedo antiguo y reservón, que no lo parece, pero ahí está. ¿La farándula? Bien para un día, para que los niños se luzcan ante los papás y los abuelitos. Pero cuidado, no mucho más. El teatro, en el fondo, es una escuela de libertad, y eso, eso… ¡hum!…
Claro que, además, hace falta formar profesores en el complejo arte de Talía, meterlos de lleno en la dinámica del buen hacer comunitario, en la propia superación de los propios estigmas, en el aprendizaje de la comunicación mayor. O sea, del teatro feliz.
Los cuentos populares como base textual
El problema muchas veces está en qué texto elegir (si se quiere partir de un texto). No hay que quebrarse la cabeza. Están más cerca de lo que se suele pensar: los cuentos populares. Si bien se miran, y se escuchan, cualquier cuento de los que atrapan a los niños, en sus distintas edades, conforme al nivel de comprensión, se presta por sí solo para llevarlo a las tablas. Cuando la abuela contaba un cuento, sus gestos ya eran embrión de varias voces y de expresión corporal, esto es, lo esencial de la acción dramática. Solo hay que desarrollar esos embriones, ponerlos en discusión grupal, para que la adaptación dramática vaya cogiendo cuerpo. Lo demás: vestuario, escenografía, música… se da por añadidura.
En este curso propondremos la escenificación de tres cuentos, con distintos niveles de comprensión y dificultad escénica:
- El gallo kirico
- El parlamento de los animales
- La niña que riega las albahacas
Los tres se encuentran en la colección de La Media Lunita. Pero podemos trabajar sobre otros, a decidir entre los asistentes al curso.