
boletín nº 3 / diciembre 2021 / año I
«¡Pues brindemos por esta fiesta que es la vida!»
Javier Berger entrevista a Ada Vilaró tras su paso por La Fundición.
Nos encontramos con Ada Vilaró, artista multidisciplinar, dramaturga y actriz de la obra 360 gramos tras su función programada dentro del festival FEST de Sevilla. La charla tuvo lugar en el Teatro La Fundición de Sevilla el pasado 19 de noviembre, se emitió en el podcast Drama o Qué y la ha transcrito Álvaro Godot.
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Javier Berger: Estoy recuperando el aliento. En el espectáculo hablas de una experiencia muy íntima, que 8 años más tarde compartes con los espectadores. ¿De dónde sale la fuerza para sacarla a la luz?
Ada Vilaró: La fuerza sale del misterio mismo de la vida. A veces, de las adversidades de la vida sacas tu virtud, y esa es la magia. Estoy redescubriendo la palabra confianza. No puedo decir que no a confiar en esa magia de compartir una realidad que, de entrada, viví como un rechazo. Nadie quiere vivir un cáncer y al principio lo rechazas, pero cuando aprendes que con el rechazo no se llega a nada, no te queda otra que cogerlo de la mano y andar juntas.Siento que tengo la responsabilidad de contarlo, como agradecimiento a la vida de estar aquí.
J.B: Sí porque la función, a pesar de la dureza del tema, emana optimismo por todas partes. ¿De dónde sacas esa alegría para componer este canto a la vida?
A.V.: Ese canto a la vida nace de un mundo muy íntimo que a veces no nos atrevemos a visitar. Es nuestra semilla, y es eso lo que nos da la capacidad y la fuerza para abrazar nuestras adversidades. Es ahí donde encontramos una fuerte conexión con el universo. Es importante recordarnos que somos nada, que somos vulnerables, estar en la humildad del agradecimiento. La vida es esa fuerza motriz y matriz que a veces no escuchamos, cuando en realidad es la vida la que nos hace un hueco y nos invita a vivir.
J.B: Ya que este es un podcast de dramaturgia, no puedo evitar preguntarte cómo elegiste los distintos momentos de tu vida que aparecen en tu obra.
A.V.: Yo en este proceso no he estado sola, he estado rodeada de grandes profesionales, y la que más me ha acompañado ha sido María Stoyanova, que desde el principio me dio esa confianza y me empujó hacia la verdad que guardaban mis textos. Es importante tener gente que te sepan acompañar y sacar el jugo de tu propia verdad. A veces no confiamos en nuestra propia verdad y nos refugiamos en historias ajenas a nosotras porque pensamos que hay más verdad en ellas. En cambio, la autoficción ayuda a sacar nuestra verdad. Sergio Blanco, uno de los grandes maestros de la autoficción, siempre dice que la autoficción es un pacto con la mentira. Y yo creo que ese pacto, esa libertad para ficcionar algunas cosas, es lo que te da el juego que te permite llegar a la desnudez del alma.
J.B: Que en este caso, encontramos desnudez del alma y desnudez literal.
A.V.: Sí. Hay una desnudez del cuerpo, que también tiene su proceso, pero la desnudez del cuerpo no es tan difícil como la desnudez del alma. A veces, nos avergonzamos de nuestra propia historia. La autoficción tiene esa reivindicación de nuestra subjetividad, de ir a nuestro yo para tomar partido con aquellas cosas que queremos tomar partido.
J.B: Tú también vienes del mundo de la performance, has recibido la Medalla de honor como directora del Festival de Creación Contemporánea Escena Poblenou. ¿Crees que la gestión cultural es más difícil que la escena?
A.V.: Sí, para mí sí. Soy una mujer a la que le gusta mucho jugar, y yo necesito el espacio de la creación, ya sea en el lienzo, en el escenario, en la dramaturgia, me da igual. Yo necesito ese espacio para jugar. Es ese anhelo de volver a jugar como las niñas que viven el presente. En ese juego es cuando me siento más yo. La gestión me ha traído cosas buenas, como aprender a organizarme. Aunque la gente lo piense, yo no soy pragmática, la vida me ha obligado a serlo. Pero yo soy mucho más salvaje, y toda la logística me ha costado aprenderlo. Pero no está en mi naturaleza.
J.B: He leído que naciste en Prats de Lluçanès, un pueblo de Barcelona. ¿Sigues teniendo vínculo con el pueblo?
A.V.: Sí, sí. Mi casa está allí, mis ancestros están allí, toda mi familia también. Con la edad, cada vez me gusta estar más cerca de mis ancestros. Me siento más acompañada. Ahí es donde están mis raíces, raíces que me dan alas para salir a explorar el mundo, pero siempre sabiendo dónde está mi casa.
J.B: Les haces un homenaje en la función, ¿verdad? Cuando sacas esas fotos…
A.V.: Sí, esas ausencias. Estamos hechos de presencias y ausencias, de duelos, de pérdidas con las que hay que convivir. Y yo necesito vivir en silencio, en ese campo con huertos, gallinas, y tierra, tierra.
J.B: La obra comienza lanzando una batería de preguntas al público, que casi parece un stand-up, preguntándonos qué nos pasa.
A.V.: Esa es, sin duda, la parte que más, más me costó. Escribí este texto una vez que no podía dormir. Y no había manera de confiar en esta puesta en escena tan directa. Pero gracias a mi equipo lo he podido hacer, sin ellos habría tirado la toalla. Pero ahora me encanta y me lo paso muy bien. Pero sí que siempre es un reto. La gente se ríe de tus vergüenzas.
J.B: Como espectador, yo me reía porque me sentía reflejado, porque era ese espejo que tanto se pide en el teatro.
A.V.: Yo admiro muchísimo a toda esa gente que sabe hacer esos monólogos que te hacen de espejo y te lo presentan de forma de que te rías de ello. No sabía que iba a poder hacerlo y que se me iba a dar tan bien.
J.B: ¿Ha sido tu primera intervención en la comedia?
A.V.: Así tan directa, sí. Es lo más íntimo que hay en la obra, donde más me desnudo, nada más empezar. Aquí si no saltas no va, no hay dónde esconderse. Es maravilloso ese partido de ping-pong con el público, pero me sigo sintiendo una aprendiz.
J.B: Es verdad que la función comienza contigo de espalda y de pronto, ¡pam! “qué nos está pasando”. Estoy intentando a ver si consigo sacarte un fragmentito de la obra.
A.V.: ¡Qué nos está pasando! Pues que no nos escuchamos, y que esto nos lleva a muchos problemas.
J.B: Que no somos capaces de parar, ¿verdad?
A.V.: Efectivamente. Hacemos una cosa y después otra y otra y otra y no somos capaces de salir de ese ritmo frenético. La sociedad no nos invita, nos empuja a este ritmo. Este no es el ritmo natural, es un ritmo impuesto por ese capitalismo patriarcal. Y no podemos evitarlo. A veces hay que reírse un poco a ver si así abrimos la mente y el alma.
J.B: Esta función, al fin y al cabo, es un encuentro con un ser humano, lo cual es de por sí una maravilla. Siempre estamos cuestionando sobre el personaje, qué es lo que quiere, etc. Y cuando hay verdad en el escenario y un ser humano de verdad, nos atrapa porque es algo complicado de ver.
A.V.: Este trabajo ha sido un proceso para quitar capas de mi propio personaje, y eso te confronta contigo y tu honestidad, con tus miserias y tus grandezas. Partir de tu vulnerabilidad para compartir ha sido mi punto de partida, desnudarme de las capas que creamos y que solo nos cubren para ser alguien ficticio que en realidad desconocemos.
J.B: Ha sido un placer. Me gustaría recordar esa frasecita que has dicho en el coloquio que hemos tenido al finalizar la función: Que las heridas, al traspasar el tiempo, se convierten en poesía.
A.V.: Yo creo en esa poesía de la vida, del día a día. La vida tiene sus momentos de placer, pero también tiene sus momentos en los que las heridas escuecen y duelen. Y creo que en ese equilibrio es donde está la poesía.
J.B: ¡Pues brindemos por esta fiesta que es la vida.!
A.V.: ¡Pues sí, que la vida es una fiesta.!
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